A mediados de los años sesenta, a remolque del desarrollismo que parecía impulsar este país, la nueva clase media, junto con el automóvil y la expansión a la gran ciudad decidió enviar a los chicos y las chicas a estudiar a la universidad como hacían en otros países que empezaban a conocer.
El estado que propicio este avance nunca vio que el ochenta por ciento de nuestros licenciados y diplomados jamás podría trabajar con esos estudios. Un país que se lleno de arquitectos y aparejadores para construir un mundo de cubos de ladrillo idénticos unos a otros, de ingenieros y peritos que debían dedicarse tareas menores, doctores en medicina opositando a celador, abogados ejerciendo de auxiliares administrativos y etc, etc, etc. Ni cuento de los nuevos licenciados en Ciencias medioambientales y otras lindezas parecidas.
Y claro con estos estudiantes buscando cualquier trabajo el resto de los que no pudieron o no quisieron terminar el bachillerato o los estudios básicos, el trabajo, ni lo huelen. Casi el 17% de los que terminan una carrera o carrerita en el paro. Casi el 34% que se quedo en el bachiller o en módulos de uno u otro nivel, al paro. Y casi el 54% de la gente sin estudios, al paro.
Hemos creado un mundo lectivo de gente preparadísima para un mundo industrial de todo a cien. Y la clase empresaria frotándose las manitas delicadamente porque cuanto mas paro, menos protestas.
No es que no queramos acabar con el paro: es imposible, a no ser que nuestro tejido político decida cortar por lo sano y coser un nuevo traje para esta clase trabajadora que no tiene trabajo.
epch
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